lunes, 19 de noviembre de 2007

La muerte el alivio de muchos

Por: Jessica Medrano


"Vivir” postrado en una cama, depender de otros, vivir a la espera de que la muerte se digne a sacarnos de un infierno que no se pidió, vivir así no es vivir en realidad. Para muchas personas diagnosticadas con enfermedades incurables llevar una vida de esa manera es estar un poco muerto también, pues como dijo Honore de Balzac, "La resignación es un suicidio cotidiano".


Muchas personas con enfermedades incurables o terminales, como la cuadrapléjia y la degeneración neuronal, buscan en el suicidio asistido y la Eutanasia una salida a sus sufrimientos. Entonces, ¿por que juzgar a alguien por ayudar al bien morir de otra persona, si esta persona muere con su consentimiento? ¿Por que prolongar una vida que no es vida?


El pasado 1 de junio, Jack Kervorkian fue liberado luego de ocho años en prisión condenado por asistir la muerte de Thomas Youk quien padecía distrofia muscular. El “doctor muerte” como popularmente se le conoce, había sido condenado de 10 a 25 años de prisión, y tras cumplir ocho años fue liberado por buena conducta. Kervorkian no ha cambiado de opinión en estos años. Sin embargo reconoce que no podrá ayudar a más personas a morir ,debido a que, según él, el Estado “tirano” no se lo permite. Cuando en verdad son las condiciones de su libertad condicional, las que le impedirán incurrir en la conducta que lo llevó a prisión. Antes de ser apresado Kerkovian ayudó a 130 personas a suicidarse.


El suicidio con ayuda médica debería despenalizarse pues, como en el caso de Kerkovian, en el suicidio terapéutico, el personal médico proporciona al paciente los medios para terminar con su vida pero no participa en el acto fatal . El único que tiene derecho a disponer de su vida es el enfermo.


Por otra parte, es cierto que la ética médica impone la obligación de prolongar la vida, pero cuando se han agotado todas las posibilidades y el paciente está en constante sufrimiento, es ilógico prolongar también el dolor del paciente. El paciente sufre, la familia sufre, y esperar hasta que la muerte ponga fin a ese sufrimiento es un argumento erróneo y contradictorio de los que se oponen al suicidio terapéutico.


El derecho a la vida suele ser otro argumento de los opositores . Y si, es cierto todos tenemos derecho a la vida, pero no estamos obligados a ejercer este derecho si así lo queremos, pues la vida que se vive resulta insoportable.Y es mas, ese mismo derecho debe incluir la facultad de decidir si la calidad de nuestra vida es o no aceptable, como en el caso de una enfermedad incurable y dolorosa. Prolongar la vida de un enfermo incurable, cuando este solicita la muerte, es ir en contra de su voluntad, aprisionarlo en una vida que no quiere vivir. Así como la persona tiene derecho a vivir, así también tiene el derecho de decidir que hacer con su vida o en este caso con su muerte.


Por lo mismo, hay que recordar que también toda persona tiene derecho a vivir dignamente, pero cuando toda esa “vida digna” desaparece para el enfermo, éste, en pleno uso de sus facultades mentales puede decidir cómo terminar con su vida. Es decir, es sólo al individuo al que le concierne determinar si prolongar su vida o no. Y si la voluntad del enfermo de terminar con su vida es auténtica, persistente y libre de cualquier coerción, entonces el gobierno o las instituciones religiosas no deben entrometerse en el ejercicio del derecho a la libertad que el enfermo posee al solicitar a alguien por la ayuda para suicidarse.


En base a esto en países como Suiza, Holanda, Bélgica, y en el estado de Oregon en Estados Unidos, el suicidio asistido ha sido despenalizado. Además, la experiencia en Oregon ha mostrado que aun con la disponibilidad del suicidio asistido con frecuencia ha permitido al moribundo vivir su agonía hasta el final sin usarlo. En pocas palabras, quien decide en última instancia es siempre el enfermo. La existencia de una ley que permita la eutanasia voluntaria y no criminalise a un tercero por ayudar a que se cumpla la voluntad del enfermo, mitigaria un poco su dolosa situación y no lo enfrascaría en una lucha legal para que puede llevar años sin una respuesta favorable. Nadie estaría obligado de hacer uso de la eutanasia, pero tampoco se le impediría usarla.


Los argumentos para penalizar el suicidio asistido están cargados de aspectos religiosos y conservadores. Y es que muchas veces dichos argumentos a los enfermos poco o nada les interesan, pues son ellos los únicos que pueden opinar y decidir sobre su vida. No es de extrañar pues según una encuesta publicada en la AP (Associated Press) el 34 % de los que se oponen asiste a alguna iglesia y aducen las creencias religiosas como las principales razones. Así pues, juzgarlos incrementa mas la pena del enfermo.


De acuerdo a ellos, los enfermos terminales pueden aprender a vivir, a esperar en Dios, con su condición de enfermo, resignarse con su sufrimiento y esperar la muerte. Además, alegan la existencia de nuevas tecnologías y medicamentos que disminuyen el dolor de los enfermos. Pero qué vida esperan que se viva, si todo el tiempo se depende de un aparato, se depende de otros o se vive adormecido por los analgésicos, y muchas veces esos mismos medicamentos merman más la salud del enfermo. Pues, una vida narcotizada en espera de la muerte es para muchos algo mucho peor que morir envenenado. Si la muerte es un alivio para aquellos que sufren, ¿por qué prolongar la agonía con rezos y derechos, cuando en realidad las suplicas y derechos de la persona enferma son ignorados?