viernes, 22 de enero de 2010

"Mi arma era la alegría de los niños”, Arístides Álfaro Samper “Chirajito”

Entrevista
Por: Jéssica Medrano

Su rostro tiene muy marcadas las señales del tiempo, los estragos del maquillaje y un millón de sonrisas dibujadas a su paso por la vida. Me recibe descalzo, mientras unos viejos y grandes zapatos de color rojo y blanco con muchos agujeros escuchan, desde una esquina, a aquel viejo payaso que les dio vida.

Originario de Verapaz, departamento de San Vicente, Arístides Álfaro Samper nació un 24 de septiembre “el año se me ha olvidado”, dice él entre risas. Hijo de Alfredo Samper, abogado, a quien nunca conoció, y de María Alfaro “la mujer más bella del mundo”, asegura.

A Samper, ahora de 64 años, lo recuerdo como “Chirajito” con su tradicional camisa a rayas, unos grandes zapatos, un viejo sombrero, la cara pintada de blanco y la infaltable sonrisa. No es difícil encajar a ambos personajes. Su sonrisa es la delatora.

La calle: sus primeros pasos como payaso

“Dios me premió con una beca muy linda: la calle”, dice orgulloso de sus orígenes. La calle fue su escuela pues vivió en ella seis años. “No le hecho la culpa a nadie. Es un regalo que Dios me dio. Probar lo que es la vida”. Sus primeros pasos en el arte de hacer reír los hizo ahí, pintado de tile en las esquinas, cobrando un centavo para que lo vieran.

En la calle, Samper como cualquier otro niño, hizo varias travesuras, pero al recordar, la primera que viene a su memoria es cuando se subió a un palo encerado a robarse el premio. “Era de noche, nos trepamos al palo y bajamos el saquito con el pisto. Como éramos varios nos tocó repartir los cinco pesos del premio entre todos”, así narra la historia de sus picardías de infante.

Y él en la calle encontró su primer amor. “En la calle encontré una muchacha en Chalchuapa, Gladis se llamaba, fue la primera que me dijo ‘yo lo quiero’, yo sentí muy bonito eso”. Y aunque dice no ser romántico, a Gladis, le hizo un acróstico, poemas y hasta le compuso un bolero.

Pero también en esa vida, como todo niño le temía a la oscuridad, a la noche. Como niño de la calle Samper sufrió, el frío, los golpes por un pedazo de cartón, por un lugar en el portal, el hambre e incluso la discriminación de su familia. La peor experiencia en la calle fue cuando una hermana lo negó como hermano. “Ella iba con su novio, yo andaba con la caja de lustre, todo roto. Y cuando el cipote le preguntó que quien era, ella le respondió que era el limpia botas de la casa. Yo salí corriendo a llorar al campo Marte, hoy parque Infantil”.

Esa fue su vida en las calles. Por ello sus acciones están encaminadas a ayudar al niño que vive su misma expariencia. Y no duda en ningún momento en denunciar lo que le molesta. “Yo le doy al niño de la calle lo que yo no tuve, lo contrario de lo que hizo ese desgraciado de Mauricio Sandoval de celebrarle el cumpleaños a un chucho, con su dinero, con mi dinero, con el dinero de todos. Lamento que haya personas con esa mentalidad tan dura”, dice sin temor de levantar la voz.

Samper es presidente de la Fundación “Amigo” que vela por los niños de la calle, él con su compañero Carlos Sandoval, “Pizarrín”, trabajan en hoteles y restaurantes de Estados Unidos para obtener recursos para la fundación.

“Yo estoy en contra del maltrato al niño en todas sus formas, del trauma que dejan”. Y relata un suceso: “Fíjese que a mi papá se lo llevaron los ´poleseyas’. Rompieyon la ‘pueita’, bien fueite goipiayon’”, recuerda una conversación mientras imita la voz de un niño de tres años.

“Por eso yo odio a aquél criminal militar, y no quiero mencionar nombres, porque él decía: ‘hay que dejar la laguna vacía, hasta el último chimbolito’. El mejor ejemplo de esto fue la masacre del Mozote”, lamenta Samper al recordar los años del conflicto armado. “Yo odio a ese hombre que mandó a matar a esos niños que nada tenían que ver. Eran niños. Un músico ‘bayunco’ de la fuerza armada le compuso una canción, ‘Heroe’ le llamaba. Yo lo llamo Herodes”, sostiene Samper y la fuerza con que pronuncia estas palabras recalcan su odio. “Yo anduve con la fuerza armada y con el FMLN en el tiempo de la guerra, pero mi arma era la alegría de los niños”, dice.

Soy amante de la justicia social

Arístides Samper mejor conocido como“Chirajito” se denomina un amante de la justicia. Carlos Sandoval, su compañero de “Jardín Infantil”, lo describe como un hombre muy trabajador pero que, sobre todo, odia las injusticias contra los niños. Además que a Arístides Samper no le tiembla la vos para criticar a los políticos.

“Dios me ha dado esa garantía, a través de Chirajito, de decirle al presidente que se está paseando en mi país. Decirle a los diputados, a los policías, a todos que ellos son mis empleados, porque aunque sea con una milésima de centavo, pero yo les estoy pagando”, dice alzando un poco la vos.

“A mi me tildaron de comunista porque siempre he sido así, pero lo que yo soy es un amante de la justicia social”, recalca.

Pero esta fortaleza para decir lo que piensa le ha costado caro, pues ha sido víctima de atentados contra su vida. “La última vez me tiraron siete balazos. Aquí tengo la cicatriz”, dice, mientras señala en su barbilla la marca que le dejaron los gritos por exigir justicia.

Veinte días en la política

“La política es un vicio, el vicio del poder”, sentencia. Pero Arístides Samper también ha sido político, aunque su carrera fue corta. Él fue candidato a diputado por el departamento de San Vicente por el Partido Liberal Democrático (PLD) en el año 2000.

Las burlas no se hiceron esperar. Los periódicos publicaban, “El payaso que quiere ser diputado”. Sin embargo, él no se inmuta al hablar de política, pero sobre todo de criticar a esta clase. Y dice que la asamblea, para él es solo un circo. “Fui político veinte días, pero no me gustó, porque no quiero andar huyendo después”, señala.

“Yo no he visto en la calle a un ex diputado, un ex ministro ¿Será su conciencia?”, se cuestiona Samper. Las tentaciones de la vida política se le presentaron en aquella época. “’Que son treinta cinco mil colones’, me decían, solo por levantar el dedo. Pero cuando yo vi aquella cosa sucia, no me gustó. ‘Hey, ¿por qué se va?’, me preguntaron. ‘Porque quiero morir honrado’, les dije. Y se enojaron conmigo”, así relata su experiencia en la política.

Pero su llegada a la política fue casualidad. “A mi me invitaron a la asamblea, me sentaron, me dieron un cafecito. Al rato estaban llamando a los candidatos. Pero no llamaron a Arístides, que fue lo que me molestó, llamaron a Chirajito”. Su molestia se basaba en que Chirajito tiene ya su título. “Soy el presidente de la república…la república de los niños”, y no necesita otro, “porque el título que tiene Chirajito es un título noble”, apunta orgulloso Samper.

Muero aprendiendo

En el año 2003 CONCULTURA otorgó a Arístides Samper un premio por su trayectoria artística. Chirajito, su personaje más recordado, nació en los años 60 en un programa que se llamaba “cipotelandia”. “Fue el primer payaso de la televisión”, dice satisfecho. Y no es para menos, pues trabajó durante 30 años en “Jardín Infantil”, el primer programa que estuvo 30 años en el aire, manteniendo el primer lugar.

Charles Chaplin es el personaje que más admira Arístides Samper.Pero Arístides Samper no ha sido solo payaso, a lo largo de su vida ha desempeñado varios oficios: “Yo soy zapatero, relojero, tenedor de libros, estudiante de áreas comunes y mucho más”, cuenta risueño.

Como limpia botas evoca alegremente una anécdota: “Una de las experiencia más linda en mi vida ha sido limpiarle los zapatos a Pedro Infante, en el Hotel Nuevo Mundo”, y aunque ahora no recuerda si la propina fue de dos o cinco colones, él dice que fue una linda oportunidad en su vida como limpia botas.

El ser zapatero también le ha ayudado mucho, pues como payaso él elabora sus propios zapatos, y sueña con que un día uno de ellos sea bañado en bronce, como recuerdo de su obra como artista.

Además, este oficio lo llevó a encontrar el amor. Y la anécdota de cómo conquistó a su esposa le viene a la memoria. “Yo estaba trabajando con su papá, y llegó ella (Irma Yolanda), me gustó la negrita babosa, y la conquisté con un elote cocido. Una señora iba vendiendo, y le pregunté a Irma si quería uno, ella dijo que sí, después nos pusimos a platicar y ahora soy abuelo de 17”.

Y aunque su carrera artística le ha dado muchas satisfacciones, no duda al responder que su mayor orgullo son sus nietos, y al decirlo sus ojos se llenan de tímidas lágrimas que se niegan a salir. “Ser abuelo para mí es la cosa más bella del mundo”, afirma.

Y, como todo ser humano, Samper cometió errores, pero es uno el que no se perdonará nunca, como él mismo dice, con un profundo pesar en la voz: “Haber abandonado a mi esposa. Yo ya fui a pedirle perdón. Pero es difícil que lo haga”. Irma Yolanda vive ahora en Philadelphia rodeada de sus hijos y nietos. Pero para Arístides ella siempre será una mujer muy bella, la mujer de su corazón.

Su hija, Irma Álfaro, lo describe como un abuelo ejemplar aunque no niega que es “un poco alcahueto”. “A nosotros nunca nos dejó acercarnos a su escritorio, y ahora mis hijos solo encima de ahí pasan”, señala.

“Como padre yo he sido un poco drástico, y si volvieran a nacer lo volviera ha hacer. Porque en mi familia no hay ladrones ni prostitutas. Una cosa que sí tenemos es que somos bien baratos”. Pues de sus diez hijos dos se dedican al arte de hacer reír, y de los 17 nietos también dos ya siguen sus pasos y todos lo hacen para obtener fondos para la fundación Amigo.

“Mi abuelo nos ha enseñado a compartir con los demás especialmente con los que más lo necesitan y ha no discriminar ha los demás, sin importar de donde sea”, señala Estefani, de 13 años, nieta de Samper. “Estoy orgullosa de ser su nieta y cuando él falte continuaremos con su obra: ayudar a los niños de la calle”, dice la niña.

Atrás quedaron los años de pintarse con tile en las esquinas por un centavo. Sin embargo, Samper manifiesta que todavía no es payaso. Aunque lleva más de 49 años de pintarse la cara. “El payaso aprende todos los días” aclara, y citando a Charles Chaplin, el personaje que más admira, dice “muero aprendiendo”.