sábado, 31 de mayo de 2014

¿Cambiaron de cocinero?


By: Jéssica Medrano

Hace unos días deportaron a un compañero de trabajo. Llegaron a su casa y sin mediar palabras lo sacaron y lo echaron de este país. Tras él quedaban su esposa y una hija que aún no veía la luz. Trabajo en un restaurante, y no puedo evitar ver como aquel pequeño espacio se parece tanto a la sociedad en que ahora vivo. Es curioso como un restaurante se puede convertir en un reflejo de lo que se vive en Estados Unidos.
En este microcosmos estadounidense cohabitan seres tan diferentes y a la vez tan iguales a todos.  Es un restaurante japonés, donde el dueño es  coreano y los chefs vienen  de Tailandia, Mongolia, México o Irlanda. Cada noche estos chefs alimentan y entretienen a una surtida clientela de americanos, asiáticos, afroamericanos y latinos. Y por las puertas del restaurante desfilan hombres y mujeres de todo tipo, desde aquella que  sonríe y cuenta a un desconocido sus pesares, hasta aquellos que se burlan y discriminan por el aspecto a aquel que durante una o dos horas está obligado a ser su bufón de turno.
Los meseros son coreanos, argentinos, salvadoreños, puertorriqueños. Todos con una historia particular de cómo llegaron a donde están y de por qué siguen ahí. Casi todos aquí somos inmigrantes, menos una. JD es rubia, alta, de ojos claros, aspirante a enfermería, de salario mínimo y con cuentas por pagar. Es la típica joven estadounidense, endeudada hasta la coronilla y en un trabajo que no le termina de gustar.
Y allá al fondo, donde nadie los ve, están los cocineros, lavaplatos y personal de aseo. Todos latinos. Todos indocumentados. Unos llegaron por el desierto, otros en el tren, otros tuvieron más suerte y llegaron por la "línea". Pero bajo el brazo no traían nada, solo las ansías de poder trabajar. Y ahí están trabajando, en la sombra. Algunos no salen nunca al frente, tienen miedo de que los de afuera los vean. Como si llevaran tatuada en la piel una seña que delata su situación migratoria. Se quedan en su "refugio", un lugar frío y sin ventanas por donde ver un futuro claro. Hasta hace unos días ahí trabajaba mi amigo. Ahora está del otro lado de la frontera. Lo echaron de este país, como quien echa por la borda al polizón para dejarlo a su suerte.
-"¿Cambiaron de cocinero?", pregunta alguien enfrente, "Es que la comida no me sabe igual", afirma una comensal desconcertada.
-Sí, el otro está en Tijuana. Pero no se preocupe señora, él ya está ahora mismo metido en un maletero tratando de volver, para  que la comida le sepa igual otra vez", dan ganas de responderle.
Pero no digo nada, a la mayoría de esta gente poco o nada le importa el drama que se vive tras bambalinas.
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Mi amigo está de regreso. Más delgado y arrugado. Estuvo en Tijuana casi dos meses y parece que sobre él cayeron 20 años encima. Caminó no sé cuántos días, y llegó justo a tiempo para ver nacer a su hija.
PD: Al frente nadie más ha vuelto a preguntar por el cocinero.
PostPD: Yo tampoco trabajo más en ese restaurante.

Photo by: Jéssica Medrano Inmigrants March L.A.

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