miércoles, 10 de marzo de 2010

Ineptitud policial

Por: Jéssica Medrano

En una noche de septiembre del año 2000 caía en San Salvador una de las tormentas más fuertes de la temporada de invierno. Como todas las noches, desde hacía más de un año, me encontraba acostada en mi cama estudiando matemáticas pues en dos semanas más tendría mis exámenes Privados.

A eso de la media noche, mientras mi cabeza lidiaba con Cosenos y Tangentes hubo un apagón. “Bueno, ni modo, tendré que descansar un momento mientras la electricidad regresa”, me dije. Así que sin dudarlo cerré mi libro de matemáticas y cerré los ojos por un momento. Cuando los abrí, mis ojos no se acostumbraron al instante a la oscuridad y pensé en ver el único objeto que en ese momento emitía cierta luz, un rosario fluorescente que usé durante mi primera comunión, y, como salido de una película de Alfred Hitchcock, en ese momento un relámpago iluminó mi habitación. Al instante vi el brillo de una cuchilla y unos enormes ojos junto a mi cama. Obviamente mi grito no se hizo esperar. Debo admitirlo, pensé que era un fantasma, pensé que era mi prima jugándome una broma, pensé que estaba dormida y era solo una pesadilla, todo eso pasó por mi cabeza en un segundo. Pero no era ni mi prima, ni una pesadilla, y mucho menos un fantasma, pues con el grito la cuchilla, los ojos y un enorme cuerpo se me tiraron encima. En ese momento me di cuenta que alguien había entrado a mi casa y que estaba ahí, sobre mi, con sus piernas sosteniendo las mías y sus brazos sosteniendo los míos. No podía moverme, pero seguía gritando tan fuerte como mis pulmones podían, mientras el tipo solo me murmuraba “Callate niña”. Cuando intento taparme la boca con la mano que sostenía la cuchilla, él erróneamente metió su pulgar en mi boca, cosa que aproveché muy bien, pues lo mordí con todas mis fuerzas y entre dientes -y pulgar- continué gritando.

Mi abuela escuchó mis gritos. “¿Qué pasa?” decía confundida con la oscuridad, la tormenta y mis gritos. Pero instintivamente le dijo a mi prima “Yassury, alcanzame el corvo”. El hombre al escuchar eso en la otra habitación se asustó y decidió huir, y sin pensarlo me soltó y corrió para salir de mi cuarto; pero yo no lo solté, lo seguí mordiendo. En ese momento la casa se iluminó, y él con fuerza sacó su dedo de mi boca. Ya con luz pude ver que el invasor estaba casi desnudo y descalzo, usaba un calzoncillo rojo y lo que parecía ser su camiseta enrollada en la cabeza cual turbante. El hombre salió por el patio, se subió al techo, saltó de la casa y corrió bajo la tormenta.

La angustia inundó la casa. Mi hermana abrió la puerta en el instante en que el hombre pasaba frente a su cuarto y yo comprobé felizmente que ella estaba bien, y que mi abuela, mi prima y mi tía también estaban bien. Del ladrón solo quedaba un rastro de sangre por la casa y un pedazo de piel que le arranqué con mis dientes. Por fortuna la cuchilla solo me había herido un poco los labios y la mejilla y nada más grave había pasado.

Cuando comprobamos que todas estábamos bien, llamé a la Policía. “Una patrulla llegará en un momento”, me dijeron. Pasó una hora y la patrulla no llegó. Llamé otra vez, la misma respuesta. Llamé entonces a mi vecina, ella marcó a la policía otra vez y media hora más tarde la patrulla apareció. Le contamos todo a lo agentes. Entonces me preguntaron, "¿conoce usted al individuo o tiene alguna relación con él?”… “No”, respondí. “Entonces”, me dice el agente, “lo siento pero no podemos hacer nada”. Aquello de la policía siempre vigila, las campañas de denuncia, y la puesta en marcha hacia algunos años del teléfono de emergencia se fueron por los suelos para mí. Pues la Policía, ni vigilaba, ni llegaba a tiempo, ni intentaba siquiera hacer algo. Si por lo menos hubieran patrullado buscando en los alrededores al hombre o advertido a los vecinos del hecho, quizás hubieran prevenido otros incidentes similares, pues semanas más tarde en el vecindario se registraron dos mujeres violadas y una joven de 14 años abusada en un predio baldío cercano a mi casa. No puedo asegurar que fuera el mismo tipo que entró a mi casa, pero tampoco puedo asegurar lo contrario. Hasta la fecha no han encontrado al o los culpables, quizás sea porque para la policía de El Salvador, si uno no es amiga, familiar, o conocida del atacante, no vale la pena investigar, pues prefieren evitar la fatiga a evitar más ataques.

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