viernes, 15 de junio de 2007

Los Ángeles:Una ciudad sin magia

Por: Jéssica Medrano

Con los ojos lagañosos aún, cientos de hombres esperan en las esquinas de las calles de Los Ángeles alguna oportunidad para llevar de comer a sus hogares, pagar la renta, el gas, la electricidad, agua y enviar la ya indispensable remesa a sus países de origen, mientras al cruzar la calle un hombre duerme entre cartones, ropa sucia, vieja y maloliente. La pupusería, la panadería, el restaurante de comida china, mexicana, guatemalteca, peruana o chilena, y la señora que vende fruta en las aceras están a punto de iniciar operaciones. Entretanto las paredes pintadas con grafito me avisan que ese es territorio prohibido para mí a menos que lleve las iniciales de mi grupo tatuado en la piel. No hay estrellas de cine ni cantantes famosos; y solo de vez en vez se ve alguna filmación cinematográfica. ¿Es esto Hollywood? ¿Es esto Los Ángeles? ¿Es esto el 'primer mundo' del que tanto se ufanan en las películas?


¿Quién sabe? Será que todo el glamour de esta tierra de estrellas se escondió en las mansiones; y sólo sale de vez en cuando de su costosa guarida espantado con el escándalo a hacer noticia de primera plana en el informativo estelar.


La urbe angelina es una ciudad de luces, alfombras rojas, estrellas, y de súper héroes de tiras comicas, pero también es una ciudad plagada de sombras, de bulevares de sueños rotos, de estrellas anónimas que a diario se ganan la vida como obreros de construcción, como niñeras, o limpiando casas, y cuya única posibilidad de fama es ser la base de un personajes de reparto para la próxima película de algún millonario director.


Mujeres y hombres que cargados de esperanzas y nostalgias caminan por esta ciudad que llaman hogar, y para muchos la tierra prometida por el coyote o pollero. Los Ángeles, una ciudad multicultural, con un pedacito de todo el mundo en cada esquina.


Basta con ver hacia fuera de nuestros autos, sentir el pesado aire cargado de dióxido de carbono para saber que la magia ya no existe ni en Disneyland. Son pocos los que todavía creen en una cenicienta cuyas zapatillas de cristal caminaran sobre las alfombras rojas de la ciudad.


La realidad nos muestra que esta es la ciudad con los índices de pobreza más altos en todo Estados Unidos, y no se necesitan estadísticas para comprobarlo, pues basta con ir más allá de los edificios de 50 pisos, o desde esos edificios ver hacia abajo al señor de manos callosas que espera en la esquina por el siguiente ride.


Es una ciudad sin la magia, sin los efectos especiales que me distraigan y oculten las realidades que se viven en ella. Una ciudad con freeways que me confunden y que jamás me llevan a casa. Es una ciudad donde aplacar la nostalgia puede costar cientos de dólares.


Así es Los Ángeles, o por lo menos así lo veo yo. Tan parecido a mi país, que me parece reconocer en el mendigo de la esquina a aquel viejo que dormía en los portales de la capital de mi país.

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